Los entornos urbanos, donde ya se aglutina más de la mitad de la población mundial y se espera que en 2050 se concentre el 70%, son claves en la mitigación del cambio climático. Las ciudades demandan grandes cantidades de materiales y energía, como alimentos, que han de ser “importados” desde las áreas rurales.
Por otro lado, en las últimas décadas se ha venido produciendo un distanciamiento cada vez mayor entre la producción y el consumo alimentario.
Esta desconexión con la producción alimentaria, más acusada en las ciudades, ha sido señalada como uno de los factores que se encontrarían detrás del cambio en los patrones de consumo hacia dietas de elevada huella de carbono.
En el caso de España, este cambio alimentario se caracteriza por la triplicación del consumo de carne, la duplicación del consumo de lácteos, y la reducción del consumo de verduras de entorno al 20% – 50% en el caso de las legumbres – en el transcurso de los últimos 60 años. Esta transformación del consumo alimentario ha incrementado enormemente las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a la alimentación.
De manera paralela, durante los últimos años han ido surgiendo múltiples iniciativas de agricultura urbana en varias ciudades del mundo enriquecido, con Madrid. En esta ciudad, la historia de la agricultura urbana ha ido evolucionando desde el establecimiento de huertos de subsistencia, durante la guerra civil y hasta el fin de la dictadura, a su forma actual, más ligada a fines sociales y de ocio.
Este reciente establecimiento de huertos en las ciudades comenzó a finales de los 90, y se consolidó en el contexto de la crisis económica de 2008, y posteriormente bajo el impulso de movimientos sociales como el 15M. En 2010, las iniciativas que habían ido surgiendo a lo largo y ancho de la ciudad decidieron formar la Red de Huertos Urbanos Comunitarios de Madrid, y posteriormente, en 2014, el Ayuntamiento de Madrid creó el programa de Agricultura Urbana Comunitaria, con el fin de ofrecer apoyo técnico y material. Uno de los requisitos para optar a este programa es seguir los principios de la agricultura ecológica. Más allá de este requisito, los huertos gozan de total autonomía, lo que les convierte en lugares donde las vecinas y vecinos gozan de una gran agencia.
En este contexto, hemos querido analizar la influencia que tiene la participación en huertos urbanos comunitarios en las decisiones alimentarias, y cómo estas decisiones influyen en la huella de carbono de las y los consumidores. Para ello, hemos estudiado los cambios alimentarios realizados por participantes en huertos urbanos en la ciudad de Madrid, así como en no participantes, en un periodo de unos cinco años.
Los resultados, recogidos en esta publicación, señalan que la vinculación a estos espacios puede estar contribuyendo un ahorro per cápita de más de 200 kg de CO2 equivalente al año, o, lo que es lo mismo, el 10% de la huella de carbono correspondiente al consumo alimentario. Consideramos que estos resultados son muy positivos, ya que, de extrapolarse al total de la población madrileña, podrían suponer la reducción de 653 kilotoneladas de CO2 equivalente al año, lo que supone el 6% de las emisiones de la ciudad de Madrid, o el total de las emisiones del sector industrial madrileño.
La mayor parte del ahorro en emisiones realizado por las y los participantes de huertos urbanos (más del 70%) está relacionado con cambios en la dieta, y, más concretamente, con la reducción del consumo de alimentos de origen animal. Por comparación, otros cambios analizados son un mayor consumo de alimentos locales y un incremento del desplazamiento no motorizado, lo que habría contribuido a un 18% y un 24% de la reducción en emisiones, respectivamente.
Un resultado interesante del estudio es que, si bien la mejora del consumo alimentario es significativa a nivel de ahorro en emisiones de gases de efecto invernadero, los hábitos alimentarios de las dos poblaciones estudiadas (participantes y no participantes en huertos urbanos) no resultaron ser radicalmente distintos.
Además de una mayor reducción del consumo de alimentos de alta huella de carbono, las encuestas mostraron una mayor tendencia hacia el consumo de alimentos ecológicos, locales y a granel, un mayor desplazamiento a pie o en bicicleta, y un menor desperdicio alimentario (y mayor porcentaje de compostaje) en el caso de la población de huertos urbanos. Sin embargo, las diferencias entre ambas poblaciones no resultaron ser drásticas.
Por ejemplo, mientras en la población control el consumo de alimentos de alta huella de carbono correspondería a un 38% de su alimentación, en la población de huertos urbanos correspondería a un 35%.
En el caso del consumo de origen nacional, este supondría el 88% en la población control y el 95% en la población de huertos. Esto nos indica que cambios asumibles en nuestro consumo alimentario pueden contribuir de forma muy positiva a los esfuerzos globales de mitigación del cambio climático.
Para concluir, otra de las razones por las que consideramos muy positivos los resultados de este estudio es el potencial de los huertos urbanos para fomentar la adopción de dietas sostenibles y saludables. El consumo responsable está incluido en uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles, pero lograrlo resulta un gran desafío.
Este estudio muestra que el apoyo a iniciativas vecinales y comunitarias ligadas a la alimentación y la agricultura urbana, en las que personas muy diversas se reúnen con fines muy variados (desde poder disfrutar de un rato al aire libre, a aprender a cultivar o conocer a otras personas) puede servir para avanzar hacia un mejor consumo alimentario. Y, lo que es mejor, que, lejos de la culpabilización o la obligación, puede hacerlo desde el disfrute y el fortalecimiento de los vínculos sociales.